Como todos los días, José María Piñares estuvo mirando el reloj,
impaciente, hasta que las manecillas señalaron las cuatro y
cincuenta y cinco de la tarde. Como todos los días, envuelto en la rutina
asfixiante de una tarea asumida por obligación, traspasó el Hall de la
Empresa y salió a la calle.
Era una tarde gris. Una de esas tardes con olor a hollín y a
tristeza. En su mente se trenzaban los hilos de mil pensamientos. Corrientes
foráneas superpuestas a su razonamiento, convirtiendo su cerebro en una miscelánea
donde se proyectaban la calidez del amor, amor, con las brasas del amor pasión,
con la fragilidad de la incomprensión y la furia de la rebeldía.
Como todos los días, se
dirigió, lo más rápido que le permitían las opciones razonablemente humanas, al
abordaje del tren que lo llevaría de
retorno a su casa.
Se chocó, como todos los días, con el dependiente del kiosco de
diarios y revistas, ubicado en la
entrada a la Terminal del Ferrocarril San Martín y, como todos los días, corrió
para no perder el tren de….y doce.
De las cuatro ventanillas para expendio de boletos, solo una
estaba habilitada.
-”A José C Paz, ida” – y el señor morocho ostentó un billete de diez pesos. Detrás de
él, una señora morruda, no encontraba las monedas en su bolso. Así que, como
casi todos los días, vio partir, raudo, el tren de y doce.
Resignado, se dirigió hacia el otro andén, donde abordó el tren
de… y treinta .
Se sentó en el primer asiento que encontró sano, con la
ventanilla firme , en un vagón “para fumar”. Todo en una sola acción, subir,
buscar vagón, visualizar ventanilla. Su software funcionaba a la perfección.
José María Piñares era un hombre perfectamente programado para hacer lo que
“tenía que hacer”.
Prendió un cigarrillo y se puso a mirar por la
ventanilla. Se esforzó para no caer en una sesión introspectiva, ni en el análisis
nefasto de lo ocurrido en la oficina, ni en el descabellado y masoquista
romance en el que se había enredado., ni en nada que se pareciera a sus
patrones fijos de pensamiento
Deseaba poder detener el ritmo de la máquina infernal instalada
dentro de la estructura ósea de su cabeza, que ya había comenzado a remover
viejos rencores y tristezas descompaginadas.
Pero él, criatura habitada por duendes que todo lo quieren saber
y poseer; que, además, conoce de memoria los pasos del arquero y donde están el
río y la verdad, sintió que un aire mudo lo nombraba y la J se escurría por
algún orificio del vagón – Diosa consecuente de los juegos del pensamiento-
hacia el tobogán de las ideas;
Si buena voluntad, su filosofía de la realidad, su intento de
adaptación, la comprensión de sus tendencias neuróticas, lograda, apenas,
mediante largas horas de terapia. Todo se iba al diablo en el preciso momento
en que su madre estallaba en un soliloquio de protestas..
A pesar de su espíritu independiente, las circunstancias habían
puesto su vida bajo la fiscalización de mamá y él era, evidentemente, incapaz
de cortar, por sí mismo, todo lazo de dependencia con ella.
Por otra parte, con una habilidad admirable, su madre iba
atando esos lazos, ya por medio del chantaje afectivo, ya por medio de la
presión económica.
Inés tenía razón. Era la negación a crecer y desprenderse de sus
convicciones pasadas -” El vínculo de dependencia morbosa que posees con tu
madre, es un encadenamiento inconsciente
y profundo. Te obstaculiza y te genera trabas internas, y vos no haces nada por liberarte”-
José María había deambulado, durante los diez últimos años por
todas sus zonas erróneas, suponiendo que sus fracasos se debían a algunos
residuos violatorios de su identidad real,. sumiendose en la profunda nebulosa
de sesiones de terapia individual, con bastantes malos resultados. “No se puede
utilizar teorías generales allí donde todo es personal e individualizado “
Tres meses atrás había tenido un enfrentamiento casi brutal, con
Beatris.
“- Proyectar mis resistencias. Los males del mundo son, a un
tiempo, causa y efecto de algunas tendencias perturbadoras. El inconsciente se
rebela…pura palabrería “- le había gritado con furia – “ Además, ustedes, los
psicólogos, son sumamente egoístas con su tiempo. Antes era reconfortante venir
a tu consultorio, desplegar las alas de la voz ante tus ojos inquietos y tu mano, tratando de transcribir mis asociaciones libres, que, a veces, la mayoría, se tambaleaban,
embriagadas de libertad y atención. Es tan importante saber que cuando nos
expresamos alguien está allí, prestándonos la debida atención.
Pero ahora, ya ni siquiera escribís. Tu mirada, antes vivaz, se
ha convertido en ojos de lagarto y ¿sabes cómo me siento yo? me siento como un
extraterrestre o una planta…”
Entonces ella no quiso “seguir luchando sola contra sus
resistencias” y lo derivó a una colega. Jose María abandonó, desde
entonces, la terapia
Aquel episodio lo había afectado mucho. No se sintió triste ni
enojado, sino más bien desorientado. Con una infinita sensación de abandono.
Fue como la comprobación de que su destino era una constante sucesión de
pérdidas.
Pero allí estaba mamá para consolarlo, decirle que después de todo
era mejor, que él no necesitaba “hacer terapia”, que era una persona cabal. ..
La locomotora lanzó un chirrido sobre los viejos rieles de
acero de la estación de Villa del Parque .
José María percibió, repentinamente, aquella atadura que lo
mantenía ligado, inhibiendo su libertad de acción. y descubrió los alcances del
renunciamiento que superaba los límites del ego.
La raíz de su profundo temor a las movilizaciones internas., y
aquella inseguridad que no le permitía largarse en pos de sus sueños.
Y lo percibió con un dolor punzante en el medio del pecho, que
al mismo tiempo que lo quebraba, lo armaba de nuevo,
Ahora que Inés lo había abandonado , sumiéndolo en el peor
fracaso de su vida, podía erguirse, por encima de la pena y de la aflicción.
Una expresión de tranquilidad surcó su rostro , en el mismo instante en que el guarda
anunciaba el arribo a la estación de Santos Lugares.
Se apeó del tren con agilidad casi alegre, recorriendo con paso
firme, las cinco cuadras de distancia hasta su casa.
Traspuso la puerta y se dirigió a la cocina para saludar a su
madre con un beso en la frente. Tratar de evitarla hubiese sido en vano. Era
preferible enfrentarla, , y excusarse alegando un proyecto inconcluso, un dolor
de cabeza ,
Inusitadamente logró convencerla de que lo dejara en paz, y se
encerró en su dormitorio.
Se sentó empuñando su estilográfica con una
mano y el dolor en el medio del pecho en la otra.
El dolor se agudizó hasta sofocarlo, su cuerpo se deslizó de la
silla. Había perdido el conocimiento
Nunca se lo perdonó. Le había prometido no entrar, no
molestarlo, dejarlo morir en paz.
Lo vio caer al abrir la puerta, sosteniendo una bandeja con café
y rosquillas.
Rápidamente, doña
Florencia llamó a la Unidad Coronaria, y allí estaba ahora, José María, en una habitación
, atendido por especialistas , que, gracias a su madre, le habían salvado la
vida. Un minuto después y el infarto hubiese sido fatal.
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